VIEJO DOLOR, NUEVO DUELO
A veces buscamos evadirnos, encontrar tranquilidad, y poder calmar así nuestros mares internos.
Somos responsables de encontrar nuestra manera de hacerlo. La sociedad es injusta, muchas
veces nos provoca sentimientos contrarios que nos revocan a cambios. Lo que creíamos que era
nuestra zona de confort, deja de serlo. En mi caso se vio truncada por un dolor muy fuerte en la
cabeza, y tuve que abandonar todo aquello que me apasionaba, porque se me descubre una
enfermedad para la cual se me recomienda “llevar una vida tranquila y sin estrés”. En este
momento me replanteo muchas cosas, pero con el paso del tiempo y con un poco de suerte todo
va pasando y esta enfermedad intermitente se va disipando.
Aunque el dolor físico vaya y venga, queda en mi un dolor permanente: el mental. Desde que soy
un crío he tenido preocupaciones. Estas, como es natural, han ido cambiando y transformándose,
pero jamás me han abandonado. Siempre me ha gustado frecuentar la soledad, he disfrutado de
estar en mi casa con mi ordenador, mi consola o estar jugando a cualquier cosa.
SIn embargo, la cuarentena cambió este gusto por la soledad en una auténtica condena y
provocó en mí un inevitable cambio. A raíz de tener problemas con gente que consideraba
“amigos”, se instauraron en el fondo de mi cabeza ciertos prejuicios sobre mi persona, que
desgraciadamente siguen acompañándome hoy en día.
Comienza entonces 2º de Bachiller y se producen algunas bajas en el grupo, algunos se
marcharon a ciclos, otros no siguieron con el bachiller… Esta “carrera de fondo” la comencé muy
motivado, quería conseguir mi sueño: estudiar Comunicación Audiovisual en Madrid. Este sueño,
aunque no abandonado, ya se veía lejano nada más acabar el 1º trimestre. Filosofía se convirtió
en mi talón de Aquiles. Pasa el 2º trimestre y todo sigue igual, por más que estudie y lo intente
incontables veces, Filosofía sigue atragantándose. Por último, llegamos al fatídico 3º trimestre. Al
ya sabido suspenso en Filosofía, se le añade el de Castellano, privándome así de ir a la primera
convocatoria de la EBAU en Junio. Ese sueño con el que comenzaba este curso, estaba ya casi
enterrado. No daba crédito, estaba completamente destrozado. Pese a que mi familia siempre me
brindó su apoyo, era inevitable cargar con el peso de la decepción. Mientras mis compañeros
hacían la Selectividad, yo estaba en las recuperaciones, donde esa vieja amiga desde el primer
trimestre, decidió quedarse incrustada dentro de mí. Superé Lengua Castellana, pero Filosofía no
tuvo la misma suerte. De todos modos, aun con una suspensa podía celebrar que 2º de Bachiller
ya era mío. Llega el día de la graduación, siempre recordaré el abrazo que le dí a mi madrediciéndole: “Lo logré, ya está, se acabó”. También recuerdo las palabras de una profesora que les
dijo a mis padres “He tenido la suerte de darle clase a vuestros dos hijos, que pedazo de hijos
tenéis, estoy segura de que harán grandes cosas en el futuro”.
2º de Bach no solo abrió problemas académicos, también abrió en mí una brecha que jamás
había pensado replantearme. El amor, eso que para muchos es algo bonito, supuso en mí algo
que solo me trajo dolores. Esa persona que llevaba viendo toda mi vida, empezó a hacerse un
hueco en mi corazón, y cada día que pasaba aumentaban las ganas de querer compartir algo con
esa persona. Todas esas ganas de hablarle se me nublaban por el miedo, miedo a perder una
amistad que costó ganar, miedo al rechazo, en definitiva, miedo. Por miedo se fue lo que quizás
se podría haber intentado y jamás podré saber. Con todo, el reloj no paraba, y me tocaba ahora
hacer la EBAU. La suerte no me acompañó y añadía así un nuevo fracaso académico a este
fatídico año. Era hora de buscar un ciclo, todas las carreras estaban ya cerradas y las opciones
eran muy pocas. Encontré un ciclo en Santiago de Compostela, una ciudad que me maravillaba
por muchos aspectos, pero sobre todo por su Catedral, de la que tanto me gustaba hablar tanto
fuera como dentro de clase.
Entre así en el ciclo de Producción, y no voy a mentir, no estaba muy motivado. El primer
trimestre fue bastante duro, me sentía solo en una nueva ciudad. Comencé a socializar cada vez
más hasta que en el 3 trimestre encontré a mis amigos, a mi ambiente. Estas personas me
enseñaron lo que es de verdad una amistad, lo que yo conocía no era ni la mitad. Me enseñaron
que la gente no es perfecta, y que los problemas se hablan, se escuchan y se solucionan.
Pasa el verano y empieza el segundo curso, ya con la pena de pensar que era el último. Además
a esto se le suma la vuelta de mi vieja enemiga, las migrañas. El médico vuelve a decirme lo
mismo: “Vida calmada y sin estrés”. Se instala en mi una cuenta atrás con una fecha, el 15 de
marzo, día en el que nos graduamos. El tiempo pasaba rápido, mucho más de lo que me
gustaría, y ya veía el fin de una comodidad en la que estaba perfectamente asentado.
Finalmente llegó el 15 de marzo y nos graduamos. Toda esa gente a la que tanto cariño le había
cogido, no volverá a estar en mi vida ni en la misma forma ni con la misma frecuencia.
Se acabaron las costumbres y rituales diarios, se acabaron los desayunos con Ramona, las
tostadas del mediodía…todo se había acabado. Cada uno cogía un camino diferente, escogiendo
yo el más lejano: Vigo.
Volvió a aparecer en mi vida el amor, de una manera bastante parecida a la primera vez. Una
amiga que con el tiempo, hizo que las mariposas del estómago se afincaran en mi corazón. Me
asalta de nuevo el miedo a perder una bonita amistad, pese a que muchas veces me haya dado
confianza para contar lo que verdaderamente pensaba.
¿Qué miedo hay que tener?. En la práctica es una pregunta de fácil respuesta: “ninguno, y si
pasa algo hay más personas”.
El problema está en que no quiero que haya más personas, porque nadie hace que me duela el
pecho como ella si la veo con otro, porque nadie hace que me duela tanto cuando me cuenta
quien le gusta. No hay nadie con quien me guste más hablar y escuchar. Es mi inspiración para
todas mis fotos. Quizá sea un acto cobarde y egoísta, pero no quiero volver a perder a la persona
a la que amo. Estoy dedicando estas frases a alguien que quizás ni se dé por aludida.Quizás el mayor de mis problemas es no tener valor para tomar las riendas de mi vida
firmemente, y expresar cómo me siento realmente. Para esto debo tener mi cabeza bien
amueblada, llevo una vida sin frenos. Tengo que parar y coger aire.
Este año va de perder, ya que se ha ido de mi vida uno de mis faros, la inspiración para casi
todos mis proyectos: mi abuela. La llamada de mi hermana para darme la noticia hizo que el
mundo se parara ante mi. Aún no se ha ido el shock mientras escribo esto y no logro asumir su
pérdida. Se fue Josefa, y vivía con el miedo de pensar en ser incapaz de superar esta marcha.
Mamá nunca volverá a ser la misma, ella sufre en silencio, y está acostumbrada a ello, porque
también sufría en silencio mientras la cuidaba. Aguantaba mucho y contaba muy poco (quizás en
algo nos parecemos). Quería mucho a mi abuela y tengo un hueco vacío en el pecho que no se
como llenar. Cuando piso el cementerio sigo escuchando su voz, llamándome y contándome sus
historias. Sigo mirando su foto, sigo mirando su cama, sigo mirando su sofá y en definitiva sigo
añorándola. ¿A quién quiero ahora?
Mi espacio de reflexión y una especie de segunda casa son los trenes, lugar donde
desgraciadamente pienso en negativo y paso bastante tiempo.
Pero no todo iba a ser llorar, este 2024 está siendo muy positivo para mi círculo, y eso me pone
muy contento, ya que se lo merecen. Me molesta que florezca en el fondo de mi mente un
pensamiento un tanto egoísta: ¿Porqué todo lo malo me pasa a mi? Que tipo de mal karma estoy
pagando, si siempre he sido una buena persona.
Está claro que la mente es la parte más complicada de dominar. Todo es como un viejo dolor, con
un nuevo duelo.